Recuerdo las miradas extrañadas de la gente, el disgusto de la compañera de Murcia que quería Alicante porque quedaba cerca de casa, la mirada fría de aquel novio de entonces… Y sin embargo, me fui a Alicante.
Luego vino todo lo raro. La llamada del Notario entregándome las cartas que mis padres habían dejado para cuando cumpliera 26 años. Y la lectura de esas cartas donde se contaba una simple historia de amor. La suya. El hotel Plata, a las orillas de Jávea llevado por un matrimonio joven con unas gemelitas, el Parador, detrás de la casa de un ilustre compañero…
Yo no me lo creí. Me pareció una broma de bastante mal gusto de aquellos padres que me dejaron sola demasiado pronto. Y sin embargo… los paseos por la Explanada, encontrar la cara del moro, saber que en el Ayuntamiento está el punto de altitud cero, la bajada del Cristo el miércoles santo, las copas en el Desdén y en el Coscorrón, el mercadito de Benalúa de los jueves, camino del trabajo, los estrenos del Navas… tenía que haberlo sabido.
Tuve que salir de dentro y volver a entrar. La Palmera Imperial en el Huerto del Cura, el arroz del Nugolat, la Santa Faz que me obligaba a coger el trenet para ir a hacer juicios en Benidorm, las excursiones a sierra gelada en las que él ya empezaba a venir…
Pero lo tuve que saber en el Pou de la Neu. Un hotelito en el alto de la Carrasqueña, al que fuimos a parar una tarde en que se nos hizo de noche comprando turrones en Primitiu Rovira. Demasiada niebla para bajar un puerto que ya habíamos subido un poco temerosos. Con poquitas habitaciones y solo una libre. Sin tele, solo la música para distraernos y nuestras miradas.
Y lo demás, hija, ya es tu historia.
Nick: BAR